28 sept 2009

Los diez estudios científicos más absurdos de los últimos años

Las pulgas de perro saltan más alto que las pulgas de gato (Ig Nobel de Biología, 2008):
Este estudio compara las marcas de salto de las pulgas de perro (Ctenocephalides canis) con las de gato (ctenocephalides felis felis). Al parecer, las primeras no tienen rival. Contemplar cómo el equipo de investigación debió de tirarse un buen rato haciendo saltar a las pulgas tuvo que ser impagable.

Las ratas no siempre distinguen el japonés hablado al revés del holandés hablado al revés (Ig Nobel de Lingüística, 2007):
¿Para qué sirve semejante conclusión? Por lo visto, los científicos trataban de encontrar similitudes entre los bebés humanos y los cachorros de otros mamíferos, con el fin de determinar mejor los orígenes evolutivos de la palabra, pero ofrecieron este conocimiento «clave» para el desarrollo de la humanidad. En el estudio participaron tres investigadores de la Universidad de Barcelona.

La «bomba gay» (Ig Nobel de la Paz, 2007):
El galardón se lo llevó el Laboratorio de la Fuerza Aérea de Wright Patterson, en Ohio, que sopesó fabricar una «bomba gay» para provocar la homosexualidad en el enemigo y con ello minar la moral y la disciplina de las tropas. El proyecto fue presentado en 1994, con un presupuesto de 7,4 millones de dólares, según un documento secreto conocido en 2005.

Un masaje rectal con los dedos para curar el hipo (Ig Nobel de Medicina, 2006):
Nada de tragos de agua. Esta investigación publicada en la revista Annals of Emergency Medicine sugiere que para tratar el hipo persistente, ése que no se va de forma alguna, un dedo bien situado donde la espalda pierde su nombre puede obrar maravillas. Según los autores, la terapia es más recomendable que los fuertes fármacos antiespasmódicos. Lo que no aclaran es si el tratamiento ha de aplicarse sin previo aviso para que sea más efectivo.

El sabor de vainilla puede extraerse de las heces de las vacas (Ig Nobel de Química, 2006):
Los estudios sobre excrementos siempre tienen éxito en los Ig Nobel. En este caso, el investigador principal, Mayu Yamamoto, aseguraba haber obtenido sabor a vainilla de heces de vaca. Sin hacer de menos el logro, ¿quién es capaz de tragarse semejante postre?

¿Por qué los pájaros carpinteros no sufren dolores de cabeza? (Ig Nobel de Ornitología, 2006):
Si uno ha observado alguna vez a un pájaro carpintero haciendo su trabajo, la pregunta tiene sentido. La respuesta es que el cerebro del ave está más apretado dentro del cráneo para maximizar la superficie de impacto y reducir el movimiento hacia los lados.

El mosquito de la malaria se siente tan atraído por el queso Limburger como por el olor de pies humanos (Ig Nobel de Biología, 2006):
El estudio fue publicado en la prestigiosa revista médica The Lancet. La bacteria implicada en la producción del queso está muy emparentada con otra que vive en los pies humanos, y a los mosquitos les parece irresistible.

Los pingüinos pueden defecar a 40 centímetros de distancia (Ig Nobel de Dinámica de fluidos, 2005):
A esta conclusión llega un estudio publicado en Polar Biology sobre cómo defectan los pingüinos de Barbijo, que habitan en aguas antárticas. No contentos con eso, los investigadores apuntan que sería necesario realizar otra expedición para conocer si la postura que toma el animalillo para la expulsión de las heces depende de la dirección del viento. Si la llevan a cabo, los autores son firmes candidatos a ganar otro Ig Nobel.

Las tasas de suicidio se relacionan con la cantidad de música country emitida en la radio (Ig Nobel de Medicina, 2004):
«El efecto de la música Country en el suicidio» (Social Forces), asegura que este tipo de melodías hace que la gente se quite la vida, algo que tampoco resulta tan extraño si la emisora no cambia de estilo.

Los patos pueden ser necrófilos homosexuales (Ig Nobel de Biología, 2003):

Es absolutamente relevante conocer el primer caso de necrofilia homosexual en el ánade real (Anas platyrhynchos) recogido en la revista del Museo Rotterdam de Historia Natural: «Cerca del pato obviamente muerto (... ) otro macho de ánade real montó el cadáver y comenzó a copular con gran fuerza». El párrafo es literal.

1 oct 2008

la intelectualidad


天才と馬鹿紙一重

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21 sept 2008

Entonces..., tu estas loco..., amigo xD xD xD

Posiblemente esté en la lista de las peores peliculas jamás rodadas,
pero..., que mas da...,
sale Arrabal hechandole la peta a un nazi.

6 ago 2008

Kawabata y su enfermez (Intro)

-Puedo dejarte uno de mis brazos para esta noche -dijo la muchacha. Se quitó el brazo derecho desde el hombro y, con la mano izquierda, lo colocó sobre mi rodilla.

-Gracias -me miré la rodilla. El calor del brazo la penetraba.

-Pondré el anillo. Para recordarte que es mío -sonrió y levantó el brazo izquierdo a la altura de mi pecho-. Por favor -con un solo brazo era difícil para ella quitarse el anillo.

-¿Es un anillo de pedida?

-No, un regalo. De mi madre.

Era de plata, con pequeños diamantes engarzados.

-Tal vez se parezca a un anillo de pedida, pero no me importa. Lo llevo, y cuando me lo quito es como si estuviera abandonando a mi madre.

Levanté el brazo que tenía sobre la rodilla, saqué el anillo y lo deslicé en el anular.

-¿En éste?

-Sí -asintió ella-. Parecería artificial si no se doblan los dedos y el codo. No te gustaría. Deja que los doble por ti.

Tomó el brazo de mi rodilla y, suavemente, apretó los labios contra él. Entonces los posó en las articulaciones de los dedos.

-Ahora se moverán.

-Gracias -recuperé el brazo-. ¿Crees que me hablará? ¿Me dirigirá la palabra?

-Sólo hace lo que hacen los brazos. Si habla, me dará miedo tenerlo de nuevo. Pero inténtalo, de todos modos. Al menos debería escuchar lo que digas, si eres bueno con él.

-Seré bueno con él.

-Hasta la vista -dijo, tocando el brazo derecho con la mano izquierda, como para infundirle un espíritu propio-. Eres suyo, pero sólo por esta noche.

Cuando me miró, parecía contener las lágrimas.

-Supongo que no intentarás cambiarlo con tu propio brazo -dijo-. Pero no importa. Adelante, hazlo. -Gracias.

Puse el brazo dentro de mi gabardina y salí a las calles envueltas por la bruma. Temía ser objeto de extrañeza si tomaba un taxi o un tranvía. Habría una escena si el brazo, ahora separado del cuerpo de la muchacha, lloraba o profería una exclamación.

Lo sostenía contra mi pecho, hacia el lado, con la mano derecha sobre la redondez del hombro. Estaba oculto bajo la gabardina, y yo tenía que tocarla de vez en cuando con la mano izquierda para asegurarme de que el brazo seguía allí. Probablemente no me estaba asegurando de la presencia del brazo sino de mi propia felicidad.

Ella se había quitado el brazo en el punto que más me gustaba. Era carnoso y redondo; ¿estaría en el comienzo del hombro o en la parte superior del brazo? La redondez era la de una hermosa muchacha occidental, rara en una japonesa. Se encontraba en la propia muchacha, una redondez limpia y elegante como una esfera resplandeciente de una luz fresca y tenue. Cuando la muchacha ya no fuese pura, aquella gentil redondez se marchitaría, se volvería fláccida. Al ser algo que duraba un breve momento en la vida de una muchacha hermosa, la redondez del brazo me hizo sentir la de su cuerpo. Sus pechos no serían grandes. Tímidos, sólo lo bastante grandes para llenar las manos, tendrían una suavidad y una fuerza persistentes. Y en la redondez del brazo yo podía sentir sus piernas mientras caminaba. Las movería grácilmente, como un pájaro pequeño o una mariposa trasladándose de flor en flor. Habría la misma melodía sutil en la punta de su lengua cuando besara.

Era la estación para llevar vestidos sin manga. El hombro de la muchacha, recién destapado, tenía el color de la piel poco habituada al rudo contacto del aire. Tenía el resplandor de un capullo humedecido al amparo de la primavera y no deteriorado todavía por el verano. Aquella mañana yo había comprado un capullo de magnolia y ahora estaba en un búcaro de cristal; y la redondez del brazo de la muchacha era como el gran capullo blanco. Su vestido tenía un corte más radical que la mayoría de vestidos sin mangas. La articulación del hombro quedaba al descubierto, así como el propio hombro. El vestido, de seda verde oscuro, casi negro, tenía un brillo suave. La muchacha estaba en la delicada inclinación de los hombros, que formaban una dulce curva con la turgencia de la espalda. Vista oblicuamente desde atrás, la carne de los hombros redondos hasta el cuello largo y esbelto se detenía bruscamente en la base de sus cabellos peinados hacia arriba, y la cabellera negra parecía proyectar una sombra brillante sobre la redondez de los hombros.

Ella había intuido que la consideraba hermosa, y me había prestado el brazo por esta redondez del hombro.

Cuidadosamente oculto debajo de mi gabardina, el brazo de la muchacha estaba más frío que mi mano. Mi corazón desbocado me causaba vértigo, y sabía que tendría la mano caliente. Quería que el calor permaneciera así, pues era el calor de la propia muchacha. Y la fresca sensación que había en mi mano me comunicaba el placer del brazo. Era como sus pechos, aún no tocados por un hombre.

La niebla se espesó todavía más, la noche amenazaba lluvia y mi cabello descubierto estaba húmedo. Oí una radio que hablaba desde la trastienda de una farmacia cerrada. Anunciaba que tres aviones cuyo aterrizaje era impedido por la niebla estaban sobrevolando el aeropuerto desde hacía media hora. Llamó la atención de los radioescuchas hacia el hecho de que en las noches de niebla los relojes podían estropearse, y que en tales noches los muelles tenían tendencia a romperse si se tensaban demasiado. Busqué las luces de los aviones, pero no pude verlas. No había cielo. La presión de la humedad invadía mis oídos, emitiendo un sonido húmedo como el retorcerse de millares de lombrices distantes. Me quedé frente a la farmacia, esperando ulteriores advertencias. Me enteré de que en noches semejantes los animales salvajes del zoológico, leones, tigres, leopardos y demás, rugían su malestar por la humedad, y que no tardaríamos en oírlos. Hubo un bramido como si bramara la tierra. Y entonces supe que las mujeres embarazadas y las personas melancólicas debían acostarse temprano en tales noches, y que las mujeres que perfumaban directamente su piel tendrían dificultades en eliminar después el perfume.

Al oír el rugido de los animales empecé a andar, y la advertencia sobre el perfume me persiguió. Aquel airado rugido me había puesto nervioso, y seguí andando para que mi inquietud no se transmitiera al brazo de la muchacha. Esta no estaba embarazada ni era melancólica, pero me pareció que esta noche en que tenía un solo brazo debía tener en cuenta el consejo de la radio y acostarse temprano. Esperé que durmiera plácidamente.

Mientras cruzaba la calle apreté mi mano izquierda contra la gabardina. Sonó un claxon. Algo me rozó por el lado y tuve que escabullirme. Tal vez la bocina había asustado el brazo. Los dedos estaban crispados.

-No te preocupes -dije-. Estaba muy lejos, no podía vernos. Por eso hizo sonar la bocina.

Como sostenía algo importante para mí, había mirado en ambas direcciones. El sonido del claxon fue tan lejano que pensé que iba dirigido a otra persona. Miré hacia la dirección de donde procedía, pero no pude ver a nadie. Solamente vi los faros, que se convirtieron en una mancha de color violeta pálido. Un color extraño para unos faros. Me detuve en la acera y lo vi pasar. Conducía el coche una mujer vestida de rojo. Me pareció que se volvía hacia mí y me saludaba con la mano. Sentí el deseo de echar a correr, temiendo que la muchacha hubiera venido a recuperar el brazo. Entonces recordé que no podía conducir con uno solo. Pero, ¿acaso la mujer del coche no había visto lo que yo llevaba? ¿No lo habría adivinado con su intuición femenina? Tendría que ser muy cauteloso para no enfrentarme a otra de su sexo antes de llegar a mi apartamento. Las luces de detrás eran también de un color violeta pálido. No distinguí el coche. Bajo la niebla cenicienta, una mancha color de espliego surgió de pronto y desapareció.

«Conduce sin ninguna razón, sin otra razón que la de conducir. Y mientras lo hace, desaparecerá –murmuré para mí mismo-. ¿Y qué era lo que iba sentado en el asiento trasero?»

Nada, al parecer. ¿Sería porque me paseaba llevando brazos de muchachas por lo que me sentía tan nervioso por la vaciedad? El coche conducido por aquella mujer llevaba consigo la pegajosa niebla nocturna. Y algo que había en ella había prestado a los faros un tono ligeramente violeta. Si no era de su propio cuerpo, ¿de dónde procedía aquella luz purpúrea? ¿Podía el brazo que yo ocultaba envolver en vaciedad a una mujer que conducía sola en uña noche semejante? ¿Habría hecho ésta una seña al brazo de la muchacha desde su coche? En una noche así podía haber ángeles y fantasmas por la calle, protegiendo a las mujeres. Tal vez aquélla no iba en un coche, sino en una luz violeta. Su paseo no había sido en vano. Había espiado mi secreto.

Llegué al apartamento sin encuentros ulteriores. Me quedé escuchando ante la puerta. La luz de una luciérnaga pasó sobre mi cabeza y desapareció. Era demasiado grande y demasiado intensa para una luciérnaga. Retrocedí. Pasaron varias luces semejantes a luciérnagas, que desaparecieron incluso antes de que la espesa niebla pudiera absorberlas. ¿Se me habría adelantado un fuego fatuo, una especie de fuego mortífero, para esperar mi regreso? Pero entonces vi que se trataba de un enjambre de pequeñas polillas. Al pasar frente a la luz de la puerta, las alas de las polillas brillaban como luciérnagas. Demasiado grandes para ser luciérnagas, y sin embargo, tan pequeñas, como polillas, que invitaban al error.

Evitando el ascensor automático, me escabullí por las estrechas escaleras hasta el tercer piso. Como no soy zurdo, tuve cierta dificultad en abrir la puerta. Cuanto más lo intentaba, más temblaba mi mano, como si estuviera dominada por el terror que sigue a un crimen. Algo estaría esperándome dentro de la habitación, una habitación donde vivía solo; ¿y no era la soledad una presencia? Con el brazo de la muchacha ya no estaba solo. Y por eso, tal vez, mi propia soledad me esperaba allí para intimidarme.

-Adelante -dije, descubriendo el brazo de la muchacha cuando por fin abrí la puerta-. Bienvenido a mi habitación. Voy a encender la luz.

-¿Tienes miedo de algo? -pareció decir el brazo-. ¿Hay algo aquí dentro?

-¿Crees que puede haberlo?

-Percibo cierto olor.

-¿Olor? Debe ser el tuyo. ¿No ves rastros de mi sombra allí arriba, en la oscuridad? Mira con atención. Quizá mi sombra esperara mi regreso.

-Es un olor dulce.

-¡Ah!, la magnolia -contesté con alivio.

Me alegró que no fuera el olor mohoso de mi soledad. Un capullo de magnolia era digno de mi atractivo huésped. Me estaba acostumbrando a la oscuridad; incluso en plenas tinieblas sabía dónde se encontraba todo.

-Permíteme que encienda la luz -una extraña observación, viniendo del brazo-. Aún no conocía tu habitación.

-Gracias. Me causará una gran satisfacción. Hasta ahora nadie más que yo ha encendido las luces aquí.

Acerqué el brazo al interruptor que hay junto a la puerta. Las cinco luces se encendieron inmediatamente: en el techo, sobre la mesa, junto a la cama, en la cocina y en el cuarto de baño. No me había imaginado que pudieran ser tan brillantes.

La magnolia había florecido enormemente. Por la mañana era un capullo. Podía haberse limitado a florecer, pero había estambres sobre la mesa. Curioso, me fijé más en los estambres que en la flor blanca. Mientras recogía uno o dos y los contemplaba, el brazo de la muchacha, que estaba sobre la mesa, empezó a moverse, con los dedos como orugas, y a recoger los estambres en la mano. Fui a tirarlos a la papelera.

-Qué olor tan fuerte. Me penetra la piel. Ayúdame.

-Debes estar cansado. No ha sido un paseo fácil. ¿Y si descansaras un poco?

Puse el brazo sobre la cama y me senté a su lado. Lo acaricié suavemente.

-Qué bonita. Me gusta -el brazo debía referirse a la colcha, que tenía flores estampadas de tres colores sobre un fondo azul. Algo animado para un hombre que vivía solo-. De modo que aquí es donde pasaremos la noche. Estaré muy quieto.

-¿Ah, sí?

-Permaneceré a tu lado y no a tu lado.

La mano cogió la mía, suavemente. Las uñas, lacadas con minuciosidad, eran de un rosa pálido. Los extremos sobrepasaban con mucho los dedos.

Junto a mis propias uñas, cortas y gruesas, las suyas poseían una belleza extraña, como si no pertenecieran a un ser humano. Con tales yemas de los dedos, quizás una mujer trascendiera la mera humanidad. ¿O acaso perseguía la feminidad en sí? Una concha luminosa por el diseño de su interior, un pétalo bañado en rocío, pensé en los símiles obvios. Sin embargo, no recordé ningún pétalo o concha cuyo color y forma fuesen parecidos. Eran las uñas de los dedos de la muchacha, incomparables con otra cosa. Más traslúcidos que una concha delicada, que un fino pétalo, parecían contener un rocío de tragedia. Cada día y cada noche las energías de la muchacha se dedicaban a dar brillo a esta belleza trágica. Penetraba mi soledad. Tal vez mi soledad, mi anhelo, la transformaba en rocío.

Posé su dedo meñique en el índice de mi mano libre, contemplando la uña larga y estrecha mientras la frotaba con mi pulgar. Mi dedo tocaba el extremo del suyo, protegido por la uña. El dedo se dobló, y el codo también.

-¿Sientes cosquillas? -pregunté-. Seguro que sí.

Había hablado imprudentemente. Sabía que las yemas de los dedos de una mujer son sensibles cuando las uñas son largas. Y así había dicho al brazo de la muchacha que había conocido a otras mujeres.

Una de ellas, no mucho mayor que la muchacha que me había prestado el brazo, pero mucho más madura en su experiencia de los hombres, me había dicho que las yemas de los dedos, ocultas de este modo bajo las uñas, eran a menudo extremadamente sensibles. Se adquiría la costumbre de tocar las cosas con las uñas y no con las yemas, y por lo tanto éstas sentían un cosquilleo cuando algo las rozaba.

Yo había demostrado asombro ante este descubrimiento, y ella continuó:

-Si, por ejemplo, estás cocinando, o comiendo, y algo te toca las yemas de los dedos y das un respingo, parece tan sucio...

¿Era la comida lo que parecía impuro, o la punta de la uña? Cualquier cosa que tocara sus dedos le repugnaba por su suciedad. Su propia pureza dejaba una gota de trágico rocío bajo la sombra larga de la uña. No cabía suponer que hubiera una gota de rocío para cada uno de los diez dedos.

Era natural que por esta razón yo deseara aún más tocar las yemas de sus dedos, pero me contuve. Mi soledad me contuvo. Era una mujer en cuyo cuerpo no se podía esperar que quedasen muchos lugares sensibles.

En cambio, en el cuerpo de la muchacha que me había prestado el brazo serían innumerables. Tal vez, al jugar con las yemas de los dedos de semejante muchacha, ya no sentiría culpa, sino afecto. Pero ella no me había prestado el brazo para tales desmanes. No debía hacer una comedia de su gesto.

-La ventana -no advertí que la ventana estaba abierta, sino que la cortina estaba descorrida.

-¿Habrá algo que mire hacia adentro? -preguntó el brazo de la muchacha.

-Un hombre o una mujer, nada más.

-Nada humano me vería. Si acaso sería un ser. El tuyo.

-¿Un ser? ¿Qué es eso? ¿Dónde está?

-Muy lejos -dijo el brazo, como cantando para consolarme-. La gente va por ahí buscando seres, muy lejos.

-¿Y llegan a encontrarlos?

-Muy lejos -repitió el brazo.

Se me antojó que el brazo y la propia muchacha se hallaban a una distancia infinita uno de otra. ¿Podría el brazo volver a la muchacha, tan lejos? ¿Podría yo devolverlo, tan lejos? El brazo reposaba tranquilamente, confiando en mí; ¿dormiría la muchacha con la misma confianza tranquila? ¿No habría dureza, una pesadilla? ¿Acaso no había dado la impresión de contener las lágrimas cuando se separó de él? Ahora, el brazo estaba en mi habitación, que la propia muchacha aún no había visitado.

La humedad nublaba la ventana, como el vientre de un sapo extendido sobre ella. La niebla parecía retener la lluvia en el aire, y la noche, al otro lado de la ventana, perdía distancia, pese a estar envuelta en una lejanía ilimitada. No se veían tejados, no se oía ninguna bocina.

-Cerraré la ventana -dije, asiendo la cortina.

También ella estaba húmeda. Mi rostro apareció en la ventana, más joven que mis treinta y tres años. Sin embargo, no vacilé en correr la cortina. Mi rostro desapareció.

De pronto, el recuerdo de una ventana. En el noveno piso de un hotel, dos niñas vestidas con faldas amplias y rojas jugaban ante la ventana. Niñas muy parecidas con ropas similares, occidentales, tal vez mellizas. Golpeaban el cristal, empujándolo con los hombros y empujándose mutuamente. Su madre tejía, de espaldas a la ventana. Si la gran hoja de cristal se hubiera roto o desprendido de su marco, habrían caído desde el piso noveno. Sólo yo pensé en el peligro. Su madre estaba totalmente distraída. De hecho, el cristal era tan sólido que no existía el menor peligro.

-Es hermosa -dijo el brazo desde la cama, cuando me aparté de la ventana. Quizás hablara de la cortina, cuyo estampado era el mismo que el de la colcha.

-¡Oh! Pero el sol la ha descolorido y casi habría que tirarla -me senté en la cama y coloqué el brazo sobre mi rodilla-. Eso sí que es hermoso. Más hermoso que todo.

Tomando la palma de la mano en mi propia palma derecha, y el hombro en mi mano izquierda, doblé el codo y lo volví a doblar.

-Pórtate bien -dijo el brazo, como sonriendo suavemente-. ¿Te diviertes?

-Nada en absoluto.

Una sonrisa apareció efectivamente en el brazo, cruzándolo como una luz. Era la misma sonrisa fresca de la mejilla de la muchacha.

Yo conocía esta sonrisa. Con los codos en la mesa, ella solía enlazar las manos con soltura y apoyar en ellas el mentón o la mejilla. La posición hubiera debido ser poco elegante en una muchacha; pero había en ella una cualidad sutilmente seductora que hacía parecer inadecuadas expresiones como «los codos en la mesa». La redondez de los hombros, los dedos, el mentón, las mejillas, las orejas, el cuello largo y esbelto, el cabello, todo se juntaba en un único movimiento armonioso. Al usar hábilmente el cuchillo y el tenedor, con el primer dedo y el meñique doblados, los levantaba de modo casi imperceptible de vez en cuando. La comida pasaba por los pequeños labios y ella tragaba; yo tenía ante mí menos a una persona cenando que a una música incitante de manos, rostro y garganta. La luz de su sonrisa fluyó a través de la piel de su brazo.

El brazo parecía sonreír porque, mientras yo lo doblaba, olas muy suaves pasaron sobre los músculos firmes y delicados para enviar ondas de luz y sombra sobre la piel tersa. Antes, cuando había tocado las yemas de los dedos bajó las largas uñas, la luz que pasaba por el brazo al doblarse el codo había atraído mi mirada. Fue aquello, y no un impulso cualquiera de causar daño, lo que me incitó a doblar y desdoblar el brazo. Me detuve, y lo contemplé estirado sobre mi rodilla. Luces y sombras frescas seguían pasando por él.

-Me preguntas si me divierto. ¿Te das cuenta de que tengo permiso para cambiarte por mi propio brazo?

-Sí.

-En cierto modo, me asusta hacerlo.

-¿Ah, sí?

-¿Puedo?

-Por favor.

Oí el permiso concedido y me pregunté si lo aceptaría. -Dilo otra vez. Di «por favor».

-Por favor, por favor.

Me acordé. Era como la voz de una mujer que había decidido entregarse a mí, no tan hermosa como la muchacha que me había prestado el brazo. Tal vez existía algo extraño en ella.

-Por favor -me había dicho, mirándome. Yo puse los dedos sobre sus párpados y los cerré. Su voz temblaba-. «Jesús lloró. Entonces dijeron los judíos: "¡Mirad cuánto la amaba!»

Era un error decir «la» en vez de «le». Se trataba de la historia del difunto Lázaro. Quizá, siendo ella una mujer, lo recordaba mal, o quizá la sustitución era intencionada.

Las palabras, tan inadecuadas a la escena, me trastornaron. La miré con fijeza, preguntándome si brotarían lágrimas en los ojos cerrados.

Los abrió y levantó los hombros. Yo la empujé hacia abajo con el brazo.

-¡Me haces daño! -se llevó la mano a la nuca.

Había una pequeña gota de sangre en la almohada blanca. Apartando sus cabellos, posé los labios en el punto de sangre que se iba hinchando en su cabeza.

-No importa -se quitó todas las horquillas-. Sangro con facilidad. Al menor contacto.

Una horquilla le había pinchado la piel. Un estremecimiento pareció sacudir sus hombros, pero se controló.

Aunque creo comprender lo que siente una mujer cuando se entrega a un hombre, sigue habiendo en el acto algo inexplicable. ¿Qué es para ella? ¿Por qué ha de desearlo, por qué ha de tomar la iniciativa? Jamás pude aceptar realmente la entrega, aun sabiendo que el cuerpo de toda mujer está hecho para ella. Incluso ahora, que soy viejo, me parece extraño. Y las actitudes adoptadas por diversas mujeres: diferentes, si se quiere, o tal vez similares, o incluso idénticas. ¿Acaso no es extraño? Quizá la extrañeza que encuentro en todo ello es la curiosidad de un hombre más joven, o la desesperación de uno de edad avanzada. O tal vez una debilidad espiritual que padezco.

Su angustia no era común a todas las mujeres en el acto de la entrega. Y con ella ocurrió solamente aquella única vez. El hilo de plata estaba cortado, la taza de oro, destruida.

«Por favor», había dicho el brazo, recordándome así a la otra muchacha; pero ¿eran realmente iguales ambas voces? ¿No habrían sonado parecidas porque las palabras eran las mismas? ¿Hasta este punto se habría independizado el brazo del cuerpo del que estaba separado? ¿Y no eran las palabras el acto de entregarse, de estar dispuesto a todo, sin reservas, responsabilidad o remordimiento?

Me pareció que si aceptaba la invitación y cambiaba el brazo con el mío, causaría a la muchacha un dolor infinito.

Miré el brazo que tenía sobre la rodilla. Había una sombra en la parte interior del codo. Me dio la impresión de que podría absorberla. Apreté mis labios contra el codo, para sorber la sombra.

-Me haces cosquillas. Pórtate bien - el brazo estaba en torno a mi cuello, rehuyendo mis labios. -Precisamente cuando bebía algo bueno. -¿Y qué bebías?

No contesté.

-¿Qué bebías?

-El olor de la luz. De la piel.

La niebla parecía más espesa; incluso las hojas de la magnolia se antojaban húmedas. ¿Qué otras advertencias emitiría la radio? Caminé hacia mi radio de sobremesa y me detuve. Escucharla con el brazo alrededor de mi cuello parecía excesivo. Pero sospechaba que oiría algo similar a esto: a causa de las ramas mojadas, y de sus propias alas y patas mojadas, muchos pájaros pequeños han caído al suelo y no pueden volar. Los coches que estén cruzando un parque deben tomar precauciones para no atropellarlos. Y si se levanta un viento cálido, es probable que la niebla cambie de color. Las nieblas de color extrañó son nocivas. Por consiguiente, los radioescuchas deben cerrar con llave sus puertas si la niebla adquiere un tono rosa o violeta.

-¿Cambiar de color? -murmuré-. ¿Volverse rosa o violeta?

Aparté la cortina y miré hacia fuera. La niebla parecía condensarse con un peso vacío. ¿Acaso se debía al viento que hubiera en el aire una oscuridad sutil, diferente de la habitual negrura de la noche? El espesor de la niebla parecía infinito, y no obstante, más allá de ella se retorcía y enroscaba algo terrorífico.

Recordé que antes, mientras me dirigía a casa con el brazo prestado, los faros delanteros y traseros del coche conducido por la mujer vestida de rojo aparecían indistintos en la niebla. Una esfera grande y borrosa de tono violeta parecía aproximarse ahora a mí. Me apresuré a retirarme de la ventana.

-Vámonos a la cama. Nosotros también.

Daba la impresión de que nadie más en el mundo estaba levantado. Estar levantado era el terror.

Después de quitarme el brazo del cuello y colocarlo sobre la mesa, me puse un kimono de noche limpio, de algodón estampado. El brazo me observó mientras me cambiaba. Me avergonzaba ser observado. Ninguna mujer me había visto desnudándome en mi habitación.

Con el brazo en el mío, me metí en la cama. Me acosté a su lado y lo atraje suavemente hacia mi pecho. Se quedó inmóvil.

Con intermitencias podía oír un leve sonido, como de lluvia, un sonido muy ligero, como si la niebla no se hubiera convertido en lluvia, sino que ella misma estuviera formando gotas. Los dedos entrelazados con los míos bajo la manta adquirieron más calor; y el hecho de que no se hubieran calentado a mi propia temperatura me comunicó la más serena de las sensaciones.

-¿Estás dormido?

-No -replicó el brazo.

-Estabas tan quieto que pensé que te habrías dormido.

-¿Qué quieres que haga?

Abriendo mi kimono, llevé el brazo a mi pecho. La diferencia de calor me penetró. En la noche algo sofocante, algo fría, la suavidad de la piel era agradable.

Las luces seguían encendidas. Había olvidado apagarlas al meterme en la cama.

-Las luces -me levanté, y el brazo se cayó de mi pecho.

Me apresuré a recogerlo.

-¿Quieres apagar las luces? -me dirigí hacia la puerta-. ¿Duermes a oscuras o con las luces encendidas?

El brazo no respondió. Tenía que saberlo. ¿Por qué no contestaba? Yo no conocía las costumbres nocturnas de la muchacha. Comparé las dos imágenes: dormida a oscuras y con la luz encendida. Decidí que esta noche, sin el brazo, dormiría con luz. En cierto modo, yo también prefería tenerla encendida. Quería contemplar el brazo. Quería mantenerme despierto y mirar el brazo cuando estuviera dormido. Pero los dedos se estiraron y apretaron el interruptor.

Volví a la cama y me acosté en la oscuridad, con el brazo junto a mi pecho. Guardé silencio, esperando que se durmiera. Ya fuese porque estaba insatisfecho o temeroso de la oscuridad, la mano permanecía abierta a mi lado, y poco después los cinco dedos empezaron a recorrer mi pecho. El codo se dobló por propia iniciativa, y el brazo me abrazó.

En la muñeca de la muchacha había un pulso delicado. Reposaba sobre mi corazón, de forma que los dos pulsos sonaban uno contra otro. El suyo era al principio un poco más lento que el mío, y al poco rato coincidieron. Y algo después ya sólo podía sentir el mío. Ignoraba cuál era más rápido y cuál más lento.

Tal vez esta identidad de pulso y latido fuera para un breve período en el que yo podía intentar cambiar el brazo con el mío. ¿O acaso estaría durmiendo? Una vez oí decir a una muchacha que las mujeres eran menos felices en las angustias del éxtasis que durmiendo pacíficamente junto a sus hombres; pero jamás una mujer había dormido tan pacíficamente junto a mí como este brazo.

Yo era consciente del latido de mi corazón gracias al pulso que latía sobre él. Entre un latido y el siguiente, algo se alejaba muy de prisa y, también muy de prisa, volvía.

Mientras yo escuchaba los latidos, la distancia pareció aumentar, y por mucho que este algo se alejara, por muy infinitamente lejos que se fuera, no encontraba nada en su destino. El próximo latido lo hacía volver. Yo debía haber tenido miedo, pero no lo tenía. No obstante, busqué el interruptor que estaba junto, a la almohada.

Antes de oprimirlo, enrollé la manta hacia abajo. El brazo continuaba dormido, ignorante de lo que ocurría. Una dulce franja del más pálido blanco rodeaba mi pecho desnudo, y parecía surgir de la misma carne, como el resplandor que antecede a la salida de un sol caliente y diminuto.

Encendí la luz. Puse mis manos sobre los dedos y el hombro, y estiré el brazo. Le di uñas vueltas en silencio, contemplando el juego de luces y sombras desde la redondez del hombro hasta la finura y turgencia del antebrazo, el estrechamiento de la suave curva del codo, la sutil depresión en el interior del codo, la redondez de la muñeca, la palma y el dorso de la mano, y después los dedos.

«Me lo quedaré.» No tuve conciencia de haber murmurado las palabras. En un trance, me quité el brazo derecho y lo sustituí por el de la muchacha.

Hubo un ligero sonido entrecortado -no pude saber si mío o del brazo- y un espasmo en mi hombro. Así fue como me enteré del cambio.

El brazo de la muchacha, ahora mío, temblaba y se movía en el aire. Lo doblé y lo acerqué a mi boca.

-¿Duele? ¿Te duele?

-No. Nada, nada -las palabras eran vacilantes.

Un estremecimiento me recorrió como un relámpago.

Tenía los dedos en la boca.

De algún modo proferí mi felicidad, pero los dedos de la muchacha estaban sobre mi lengua, y dijera lo que dijese, no formé ninguna palabra.

-Por favor. Todo va bien -replicó el brazo. El temblor cesó-. Me dijeron que podías hacerlo. Y no obstante...

Me di cuenta de algo. Podía sentir los dedos de la muchacha en la boca, pero los dedos de su mano derecha, que ahora eran los de mi propia mano derecha, no podían sentir mis labios o mis dientes. Presa del pánico, sacudí mi mano derecha y no pude sentir las sacudidas. Había una interrupción, un paro, entre el brazo y el hombro.

-La sangre no fluye -prorrumpí-. ¿Verdad que no?

Por primera vez, el miedo me atenazó. Me incorporé en la cama. Mi propio brazo había caído junto a mí. Separado de mí, era un objeto repelente. Pero más importante, ¿se habría detenido el pulso? El brazo de la muchacha estaba caliente y palpitaba; el mío parecía estar quedándose frío y rígido. Con el brazo de la muchacha, tomé mi propio brazo derecho. Lo tomé, pero no hubo sensación.

-¿Hay pulso? -pregunté al brazo-. ¿Está frío? -Un poco. Algo más frío que yo. Yo estoy muy caliente.

Había algo especialmente femenino en la cadencia. Ahora que el brazo estaba sujeto a mi hombro y se había convertido en mío, parecía más femenino que antes.

-¿El pulso no se ha detenido?

-Deberías ser más confiado.

-¿Por qué?

-Has cambiado tu brazo por el mío, ¿verdad?

-¿Fluye la sangre?

-«Mujer, ¿a quién buscas? ¿Conoces el pasaje?»

-«Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?»»

-Muy a menudo, cuando estoy soñando y me despierto en plena noche, me lo susurro a mí mismo.

Esta vez, naturalmente, quien hablaba debía ser la propietaria del atractivo brazo unido a mi hombro. Las palabras de la Biblia parecían pronunciadas por una voz eterna, en un lugar eterno.

-¿Le resultará difícil dormir? -yo también hablaba de la propia muchacha-. ¿Tendrá una pesadilla? Esta niebla invita a perderse en miles de pesadillas. Pero la humedad hará toser hasta a los demonios.

-Para que no puedas oírles -el brazo de la muchacha, con el mío todavía en su mano, cubrió mi oreja derecha.

Ahora era mi propio brazo derecho, pero el movimiento no parecía haber procedido de mi voluntad sino de la suya, de su corazón. Pese a ello, la separación distaba de ser tan completa.

-El pulso. El sonido del pulso.

Escuché el pulso de mi propio brazo derecho. El brazo de la muchacha se había acercado a mi oreja con mi propio brazo en su mano, y tenía mi propia muñeca junto al oído. Mi brazo estaba caliente; como el brazo de la muchacha había dicho, sólo perceptiblemente más frío que sus dedos y mi oreja.

-Mantendré alejados a los demonios -traviesamente, con suavidad, la uña larga y delicada de su dedo meñique se movió en mi oreja. Yo meneé la cabeza. Mi mano izquierda, la mía desde el principio, tomó mi muñeca derecha, que era la de la muchacha. Cuando eché atrás la cabeza, advertí el meñique de la muchacha.

Cuatro dedos de su mano asían el brazo que yo había separado de mi hombro derecho. Solamente el meñique -¿diremos que sólo él podía jugar libremente?- estaba doblado hacia el dorso de la mano. La punta de la uña apenas tocaba mi brazo derecho. El dedo estaba doblado en una posición posible únicamente para la mano flexible de una muchacha, descartada para un hombre de articulaciones duras como yo. Se elevaba en ángulos rectos desde la base. En la primera articulación se doblaba en otro ángulo recto, y en la siguiente, en otro. De este modo trazaba un cuadrado, cuyo lado izquierdo estaba formado por el dedo anular.

Formaba una ventana rectangular al nivel de mis ojos. O más bien una mirilla, o un anteojo, demasiado pequeño para ser una ventana; pero por alguna razón pensé en una ventana. La clase de ventana por la que podría mirar una violeta. Esta ventana del dedo meñique, este anteojo formado por los dedos, tan blanco que despedía un débil resplandor, lo acerqué lo más posible a uno de mis ojos, y cerré el otro.

-¿Un mundo nuevo? -preguntó el brazo-. ¿Y qué ves?

-Mi oscura habitación. Sus cinco luces -antes de terminar la frase, casi grité-. ¡No, no! ¡Ya lo veo! -¿Y qué ves?

-Ha desaparecido.

-¿Y qué has visto?

-Un color. Una mancha púrpura. Y en su interior, pequeños círculos, pequeñas cuentas rojas y doradas, describiendo círculos una y otra vez.

-Estás cansado -el brazo de la muchacha dejó mi brazo derecho, y sus dedos me acariciaron suavemente los párpados.

-¿Giraban las cuentas rojas y doradas en una enorme rueda dentada? ¿He visto algo en la rueda dentada, algo que iba y venía?

Yo ignoraba si realmente había visto algo en ella o sólo me lo había parecido: una ilusión efímera, que no permanecía en la memoria. No podía recordar qué había sido.

-¿Era una ilusión que querías enseñarme?

-No. Al final la he borrado.

-De días que ya pasaron. De nostalgia y tristeza. Sus dedos dejaron de moverse sobre mis párpados. Formulé una pregunta inesperada.

-Cuando te sueltas el cabello, ¿te cubre los hombros?

-Sí. Lo lavo con agua caliente, pero después, tal vez una manía mía, lo mojo con agua fría. Me gusta sentir el cabello frío sobre mis hombros y brazos, y también contra los pechos.

Naturalmente, volvía a hablar la muchacha. Sus pechos nunca habían sido tocados por un hombre, y sin duda le hubiera resultado difícil describir la sensación del cabello frío y mojado sobre ellos. ¿Acaso el brazo, separado del cuerpo, se había separado también de la timidez y la reserva?

En silencio posé la mano izquierda sobre la suave redondez de su hombro, que ahora era mío. Se me antojó que tenía en la mano la redondez, aún pequeña, de sus pechos. La redondez de los hombros se convirtió en la suave redondez de los pechos.

Su mano se posó suavemente sobre mis párpados. Los dedos y la mano permanecieron así, impregnándose, y la parte interior de los párpados pareció calentarse a su tacto. El calor penetró en mis ojos.

-Ahora la sangre está fluyendo -dije en voz baja-. Está fluyendo.

No fue un grito de sorpresa, como cuando advertí que había cambiado mi brazo por el suyo. No hubo estremecimiento ni espasmo, ni en el brazo de la muchacha ni en mi hombro. ¿Cuándo había empezado mi sangre a fluir por el brazo, y su sangre, en mi interior? ¿Cuándo había desaparecido la interrupción del hombro? La sangre pura de la muchacha estaba fluyendo, en este preciso momento, a través de mí; pero, ¿no habría algo desagradable cuando el brazo fuera devuelto a la muchacha, con esta sangre masculina y sucia fluyendo por él? ¿Qué pasaría si no se adaptaba a su hombro?

-No semejante traición -murmuré.

-Todo irá bien -susurró el brazo.

No se produjo la conciencia dramática de que la sangre iba y venía entre el brazo y mi hombro. Mi mano izquierda, envolviendo mi hombro derecho, y el propio hombro, ahora mío, tenían una comprensión natural del hecho. Habían llegado a conocerlo. Este conocimiento los adormeció.

Me quedé dormido.

Flotaba sobre una enorme ola. Era la niebla envolvente cuyo color se había tornado violeta pálido, y había rizos de un verde pálido en el lugar donde yo flotaba, y sólo allí. La húmeda soledad de mi habitación había desaparecido. Mi mano izquierda parecía reposar ligeramente sobre el brazo derecho de la muchacha; Parecía como si sus dedos sostuvieran estambres de magnolia. Yo no podía verlos, pero sí olerlos. Los habíamos tirado, ¿y cuándo y cómo los recogió ella? Los pétalos blancos, de un solo día, aún no habían caído; ¿por qué, pues, los estambres? El coche de la mujer vestida de rojo pasó muy cerca, dibujando un gran círculo conmigo en el centro. Parecía vigilar nuestro sueño, el de la muchacha y el mío.

Nuestro sueño fue probablemente ligero, pero nunca había conocido un sueño tan cálido y dulce. Dormía siempre con inquietud, y aún no había sido bendecido con el sueño profundo de un niño.

La uña larga, estrecha y delicada arañó suavemente la palma de mi mano, y el tenue contacto hizo más profundo mi sueño. Desaparecí.

Me desperté gritando. Casi me caí de la cama, y caminé tambaleándome tres o cuatro pasos.

Me había despertado el contacto de algo repulsivo. Era mi brazo derecho.

Mientras recobraba el equilibrio, contemplé el brazo que estaba sobre la cama. Contuve el aliento, mi corazón se disparó y todo mi cuerpo fue recorrido por un estremecimiento. Vi el brazo en un instante, y al siguiente ya había arrancado de mi hombro el brazo de la muchacha y colocado nuevamente el mío propio. El acto fue como un asesinato provocado por un impulso repentino y diabólico.

Me arrodillé junto a la cama, apoyé el pecho contra ella y froté mi corazón demerite con la mano recobrada. A medida que los latidos se calmaban, cierta tristeza brotó desde una profundidad mayor que lo más profundo de mi ser.

-¿Dónde está su brazo? -levanté la cabeza.

Yacía a los pies de la cama, con la palma hacia arriba sobre el ovillo de la manta. Los dedos estirados no se movían. El brazo era débilmente blanco bajo la luz opaca.

Con una exclamación de alarma lo recogí y apreté con fuerza contra mi pecho. Lo abracé como se abraza a un niño pequeño a quien la vida está abandonando. Llevé los dedos a mis labios. ¡Ojalá el rocío de la mujer manara de entre las largas uñas y las yemas de los dedos!

5 ago 2008

MGS4


''ya soy fox hound y ahora voy a por el big boss emblem''

The Boss, la mentora, The Cobra Unit ''fuerzas especiales'', Eva, Ocelot, Volgin, El shagohod y naked snake es el principio de la historia, luego naked a.k.a. Big Boss y sus clones, repeticion de los hechos en zanzibar, pero con Metal Gear, Grey Fox, y solid snake, mas tarde Shadow Moses Island y Metal Gear REX, Meryl, Naomi y Nastacha Romanensko, Otacon ,Gulukovich y su hija, mas tarde NY, El Tanker, The shells con iroquis Pliskin y Raidenovich E.E , Ames y por ultimo las Bellas-Bestias ,GW y snake se nos muere de viejo el pobre.

Todos los Metal Gears son de eso, de un robot gigante que un gobierno cualesquiera tiene en su poder y lo raptan un grupo de terroristas malos cuyo objetivo no es ser malos, en realidad lo unico que quieren hacer es entrenar a snake pues el plan screto del gobierno es gastarse el presupuesto militar en sandeces,.

A Snake lo que le mola es explotarlo todo fumarse cigarritos y esconderse en cajas de carton.
Para mi que el proximo invitado de Iker Jimenez va a ser Solid Snake y su colección de fotos de fantasmas.

2 ago 2008

Pero tu nunca podras hablar escoces!!


RRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRR
Soy un avion




Ni podras hablar japo

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4 jul 2008

singing & dancing Bush


Ojala no fuese real

Txikiliquatre

Arjamamedeyah, Arajamediya, Hjgramerjian, El presidente de Iran.....

Penosa calidad de video, pero gran cancion

Sunday Bloody Sunday de los U2

Os voy a nucular a todos, y luego a meteros el chip

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27 jun 2008

te rodeas de basura y oro

FAVOR PASAR ESTA NOTA AMIGOS
GRACIAS

____________ _________ _________ _________ _________ _________ _________ ______
Proponen Día Mundial Ovnis y Día Mundial de los Fantasmas
Prof. Reinaldo Ríos

Se convoca a que este 2 de julio de 2008 y en adelante se conmemore como:
“DIA MUNDIAL OVNIS”.

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10 jun 2008

Sexo casero (y chungo)


DIY

Pa que?!@#&)

Y luego viene Paco con las Rebajas

Y la sorpresa final



Por desgracias
esto es un articulo de
sexo casero



Y si ni lo hace en casa,
ya chungo

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6 jun 2008

Para que sirve el perroflautismo ilustrado


Expediente X nos resuelve el misterio de las Torres Gemelas back in 1998

lo siento por los que no saben hablar ingles

Las Torres Gemelas bajo la amenaza de Otomo


y el puto genio
no tanto como Otomo

Que mezcla a la chica chupadora de tako con conciencia politica



Your Mi-Mission, this is your role
Is to infiltrate,
Don`t forget y...
y..you are in a M.. Mission that is to
INFILTRATE

Your Mi-Mission, this is your role
Is to infiltrate,
Don`t forget y...
y..you are in a M.. Mission that is to
INFILTRATE






















Y es que pa esto sirve el perroflautismo ilustrado



y si de verdad de verdad de verdad os interesa ekl temita
ahi un video que mola un punhao
http://video.google.com/videoplay?docid=-7619379823675726232

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12 may 2008

Que te den por culo y no te lo paguen

en un radio de 60 metros a la redonda




Fuera de eso:


Ken Kuwabara era un hombre bastante normal, pero andaba preocupado por su jefe esos dias.
Ken era un delegado comercial de una empresa nipona con intereses en Madrid (Spain) y su jefe llevaba varios dias sin aparecer por la oficina, acto bastante inusual sobre todo para un japones amante de su trabajo como lo era el Senhor Aso
Ken solia pensar ahora en su etapa europea lo curioso que resultaba tener un jefe llamado Aso ya que en ingles "asshole" tenia una una pronunciacion bastante similar
y ademas muchas de las propuesta de Asosan eran contestadas despues de unas copas con un ah, sou?
Tal era el grado de confianza con su jefe que ya casi habian olvidado todo protocolo inculcado por la enjenante (a parecer de ambos) sociedad japonesa.
Pero Ken no dormia tranquilo, esta carente de todo sentido prolongada ausencia provocaba en el desasosiego, por lo que decidio ir a investigar al piso de Aso por su cuenta y riesgo.

El piso de Aso situado cerca del siempre agradable Parque del Retiro era uno de esos antiguos edificios senhoriales de estilo eclectico con una entrada decorada en marmol italiano con unas figuras de dudoso gusto a juicio de Kuwabara.
Los jardines del retiro despedian un leve olor floral proveniente de los tulipanes y jacintos que florecian por aquellas fechas, olor que contrastaba con el denso trafico rodado que suele salpicar la calle Alfonso XII

Decidio subir al penthouse de Aso sin avisar al pertinaz y cotilla portero que sienpre le solia mirar de medio lado y mientras masticaba un palillo le soltaba un seco "chino.."
Kuwabara no podia soportar aquello por lo que no ver al desagradable especimen peninsular era todo un alivio
Al entrar en el piso noto algo extranho, algo raro flotaba en el ambiente, algo que no encajaba del todo...
Un contundente golpe en el colodrillo apago la conciencia de Kuwabara

Quien sabe cuanto tiempo pudo haber dormido, el caso es que al abrir los ojos se encontraba tumbado boca arriba en una camilla.
Las luces de los focos que apuntaban desde el techo le aturdian y aun con la vista nublada pudo escudrinhar las figuras de 3 personas que lo observaban y hacian comentarios entre ellos.
Kuwabara no pudo mas que recordar las palabras de su bienamado jefe:
-Cuidate del Judio, de Juan de Dios y del haitiano
-De que me esta hablando?- espeto Kuwabara, que en su fuero interno sospechaba de un adelanto de demencia senil o una mal asumida melopea.
-Ken, esta gente es peligrosa, el judio es la cabeza pensante, Juan de Dios lleva la parte institucional y financiera y el haitiano, nadie sabe muy bien que hace, pero su simple presencia ya acojona.
-Pensare en ello mientras voy al gabinete- respondio un perplejo Ken
- No me tomas en serio, espero que no te encuentres con ellos- fueron las palabras que Ken escucho antes de entrar en el excusado.

Ahora todo ello afloraba a su mente como agua de mayo, en verdad eran tres figuras las que le observaban desde el otro lado del cristal, tres figuras borrosas pero que bien podian coincidir con los 3 personajes relatados por un aquel entonces melopeico superior.
Unas gafas de pasta y un pelo largo cuidado en una persona de aspecto impecable, camisa blanca y corbata.
Una perilla bien cuidada y una gabardina delataban una posicion mas bien acomodada para el personaje de enmedio.
Y una cabeza rapada de color azabache bien podrian pertenececer a un haitiano de mirada impenetrable
-Que quieren de mi? grito Kuwabara
- Kuwabara, Kuwabara- respondio lentamente el del centro - El fiel perrillo de Aso.
Quiso ver que habia ocurrido con su jefe y no se dio ni cuenta de que nadie en la oficina le habia echado en falta mas que usted
- Quienes son ustedes? - inquirio Kuwabara, claramente alterado

-No cree que deberia dormir un poco? -Mas que a pregunta sonaba a orden, sobre todo viniendo de la enigmatica y bizarra figura del personaje con fuerte acento caribenho.
Las luces tipo escaner produjeron un rapido y fulminante efecto somnolente en la debilitada psique de Ken, que cayo redondo al instante



-He tenido un suenho muy raro,- decia Kuwabara que despertaba al lado de su preciosa mujercita galesa- sonhaba que unos desaprensivos me secuestraban por ir a intentar rescatar a Aso de su cautiverio inesperado y hacian experimentos conmigo en una camilla
- No recuerdas que has estado ausente varias semanas? - le responde anonadadamente su senhora
- Como? semanas? de que hablas?
- una buena manhana fuiste a trabajar y desapareciste, plas! like that! y ayer llegaste a casa portando unicamente unas gafas de sol, bigote postizo, gabardina y este extranho artilugio con forma de casco de obrero en miniatura con un boton en su interior
- queeeeee?
- no recuerdas nada? me dijiste que pasase lo que pasase no apretase ese boton,que supondria el fin para ambos, he estado muy preocupada por ti, sabes? no he podido pegar ojo en toda la noche, donde estuviste, que fue de ti, ya se que eres japones pero no crees que me debes un par de explicaciones?
-pero yo, yo, no recuerdo nada....
- no recuerdas nada? pues por mi puedes intentar recordar en cualquier sitio que no sea esta casa
-Por favor,debes creerme, solo recuerdo un suenho en el que trataba de poner una denuncia a "El Corte Ingles" por intento de fraude cuando uno de los empleados se dirige a mi y me dice en un tono mas bien parco:
"no se da cuenta de lo curioso que resulta arrepentirse de haber hablado demasiado pero el limitado numero de personas que se lamentan (por no decir nulo) de escuchar demasiado?"
- Eres idiota, o que te pasa?- respondio una airada esposa - semanas sin aparecer y me vienes con un suenho sobre lamentaciones de que hay que escuchar maaaaas???
FUERA DE CASA!!! FUERAAAA!!

Bueno, estabamos como antes, sin pistas y desorientados pero con ese aparatito con forma de casco de obrero en miniatura con un boton protegido por una cubierta de plastico.
Kuwabara se sentia mas bien aliviado que preocupado, su mujer lo habia echado impune y gratuitamente, pero una mujer que no atiende a razones es mejor mantenerla alejada de uno, se dijo a si mismo con ese pragmatigsmo cargado de autosuficiencia que caracteriza a los nipones
Creo que es el momento de apretar el boton y buscar pistas.
el dedo se acerco lenta y timidamente a ese extranho aparato con forma de casco en miniatura, y apartando la cubierto del boton, apreto este con firmeza
http://www.funminiclip.ro/games-play/657/14-dancing_bush.html


Repentinamente, Ken sintio una fuerza descomunal que inundaba todo su sistema nervioso, aparte del curioso punto de vista que le proporcionaba estar a unos 4 metros de altura del suelo
Ken no lo noto en aquel momento, pero los gritos de histeria y la gente huyendo a su alrededor eran algo sintomatico de que algo no marchaba bien

Algo parecido a un eructo hizo que un rayo de energia saliese de su boca y fulminase a una ninha que le senhalaba con el dedo y gritaba horrorizada.
Kuwabara observo atentamente las cenizas humeantes de la ninha y al intentar recogerlas con la mano se dio cuenta de que no tenia mano, solo unas enormes zarpas lobezniles.
El efecto solo duro unos 3 minutos, tiempo suficiente para esconderse en unos matorrales en los que hubo de afanar una mugrienta chaqueta de homeless y unos pantalones de chandal manchados con pintura

Ken Kuwabara habia llegado a una conclusion.
El Judio, Juan de Dios y el haitiano le habian transformado en esto, no lo pudo recordar estando con su mujer, pero el recuerdo de la ninha pulverizada por un rayo letal proveniente de su boca le hizo hilar el historial de los acontecimientos ocurridos en su agitada vida reciente

Esta, bien, esta vez si que podre salvarle
Si hay algun problema no tendre mas remedio que apretar este boton.... pero
mmmmm
es posible que El jefe Aso tambien tenga un aparato de estas caracteristicas y la capacidad de convertirse en Kaiju
Ken barruntaba esta opcion...
En este caso, - pensaba para si Kuwabara - lo mejor que podemos hacer es destrozar los transmisores que hacen que nos convirtamos en monstruos.

Esta decidido, voy a resolver esta trama aunque me cueste la vida


El portero de Aso seguia sin estar, bien, eso es bueno, se intento animar Kuwabara
Derribando la puerta del penthouse de una patada entro esta vez con mucha mas cautela de la que habia tenido la anterior vez
Nadie parecia estar esperandole esta vez, lo cual inquietaba a Ken que se esperaba un enfrentamiento subito y directo


Aso estaba sentado dormitando en un sofa de su salon

Asosan!!- grito Kuwabara
Pero Aso no despertaba
Asosaaaaaaan!!!!! - volvio a insistir
Creo en la posibilidad de que podamos convertirnos en monstruos, debe usted destruir un aparato con un botooooon!
Yo me he convertido en un ser deplorable capaz de acabar con la vida humana con mi simple aliento
Debe usted inutilizar cualquier aparato con botones- imploraba Kuwabara

Pero Aso parecia seguir cabeceando

Una cortina de acero cayo a la espalda de Kuwabara

-Kusoooo! no puedo pasar, - Kuwabara penso en apretar el boton a ver si su "alter ego" mutante era capaz de derretir la pantalla de acero.
Precisamente en ese momento una ventana se abrio permitiendo ver a las 3 figuras que ya vio en la mesa del quirofano

JAJAJAJAJAJAJAJAAJ Reia el de enmedio
- Kuwabara, Kuwabara, es muy noble por su parte intentar salvar a su jefe
Pero lo que usted busca para su destruccion lo tengo yo entre mis manos.

Este extranho personaje de tan buen porte, delicadas maneras y aspecto impecable saco un objeto de dimensiones similares al casco en miniatura de Kuwabara, solo que este era mas parecido a una caracola que a un casco, aunque tambien poseia un boton protegido por una cubierta desplazable.
Apretar el boton tuvo un efecto inmediato sobre un somnolento Aso, que se convirtio en un simio de unos 5 metros de altura cuyo primer movimiento fue destrozar el sillo n en el que pocos instantes antes del cambio se encontraba durmiendo.


Kuwabara se encontraba ante el mas grande dilema de su vida como adulto y empresarial:
Deberia luchar a muerte contra su jefe y amigo Aso, por defender su vida o seria capaz de esquivar todas las embestidas de su antiguo empleador ahora convertido en una mole peluda con instintos asesinos desatados?
Asi en la vida como en los negocios uno simpre se ve obligado a elegir- penso un dubitativo Kuwabara al que le quedaban escasas decimas de segundo antes de que la mole peluda que otrora fuese su superior se le abalanzase encima




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28 abr 2008

gñarlf barrunk tar.gaz argh

25 abr 2008

No quieres zumo de manzanas? Pues toma 3 cestos!!

21 abr 2008

Realidad o Ficcion

Realidad ficticia

O ficcion real?

Me haceis la "Z"
A vosotros os gusta "esparramar?" Como un solar!!

A veces las confundo
Que es real?
Que es ficticio?
Y si no me creen, vean atentamente el segundo video en el minuto 5:24
y ya de paso el primo negro de la escuela de ficcion
Que de todito puede haber en este mundo
O debe haber?
www.antonio-salas.blogspot.com

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16 abr 2008

La Grecia de Pitagoras (musical) y fractales (tambien)


No sueltes tu escopeta

Reuniones secretas de intelectuales

HOW TO FIND A ROOM IN THE PENTAGON

Each floor's layout has five pentagonal concentric rings which are connected by ten spoke-like corridors.

Room numbers are comprised of the following information:

The first number or letter indicates the floor on which the room is located
(B = Basement, M = Mezzanine, 1-5 = floors).

The next letter is the ring on which the room is located.
(Rings are designated A,B,C,D, and E for the Mezzanine and floors 1-5 plus the
additional rings F and G in the basement only.)

The next digit or the next two digits indicates the corridor on which the room is located. (Corridors are designated 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9 and 10)

The last two digits indicate the specific bay or room number assigned to an office.


EXAMPLE, to locate room 3D126:

1. Go to the third floor, A ring
2. Proceed along the A Ring to the 1st corridor
3. Go down the 1st corridor to the Dring
4. Turn left and proceed to room or bay number 26


La sicodelia
Bonus track
Da Vinci

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