21 jun 2006

La música es un coñazo

Y por eso mismo no voy a hablar de ella. Pero ¿de qué hablar en su lugar? Pues de muchas otras cosas. Por ejemplo, el orgasmo anal. ¿Realidad? ¿Mito? No puedo extenderme tampoco en este tema pues limito todo contacto con mi rosado orificio a un delicado masaje ocasional durante la ducha. Tímido y virginal retrocedo ante los enigmas que acechan allende el esfínter. ¿Cuánta verdad hay en las fábulas de los intrépidos aventureros que sí se han adentrado en sus misterios y describen fabulosas criaturas, el “coño anal”, el “punto Pe”? La ignorancia me incapacita para acometer empresas de tal envergadura, pero hay otras cosas de las que sí sé. Usted se va a encontrar con este problema capital en numerosas ocasiones a lo largo de una existencia que, tampoco nos engañemos, es patética, y también sentirá la tentación de abandonarse al chiste fácil, la caca, el culo, el pedo y el pis, todos en uno o por separado. Bien, no ceda y piense, y yo, ¿de qué sé?

Cecilio Presillas alcanzó este punto de inflexión un quince de agosto de mil ochocientos treinta y dos mientras un batallón de moscas disputaba con singular voracidad las suciedades, o palominos, propias de la necesidad ineludible del cagar que en aquel día aciago sorprendió al joven en lo más profundo del bosque. Se maldijo por la imprevisión de echarse al monte sin un pedazo de papel mientras intentaba decidir cómo escapar de su desgracia, pues aunque la excreción se había completado rápida y concisa él no era de los que toleran un tizón reseco en el culo. Agachado con los pantalones alrededor de los tobillos, blandía sus brazos como aspas intentando aventar a las insaciables carroñeras que entorpecían su reflexión cuando sucedió lo inevitable. Cecilio cayó, sentado, en la mierda.

Estimuladas por el frescor que emanaba la caca removida, las moscas redoblaron sus esfuerzos y se lanzaron sobre Cecilio con mayor ímpetu, pero él las ignoró. Allí sentado, comprendió cosas que nadie supo, y tras un instante de abatimiento sobrevino como una iluminación, una suerte de nirvana fecal, y se puso en pie y se subió los pantalones con el vigor de un mismo gesto atrapando en su determinación varios cuerpos alados que desaparecieron en la oscuridad de sus carnes para nunca más ser vistos, y caminó hacia el pueblo con la viscosidad tibia de su vergüenza entre las piernas y la mirada extraviada del hombre sabio.

Les dejo, mañana reflexionaremos sobre la duplicidad semántica de la palabra “anales”.